Duarte: Sin pena, ni gloria…

Puente Duarte, Santo Domingo. Foto: José Sillé

En los últimos años se ha estado debatiendo lo tan afectadas que pueden estar las conmemoraciones nacionales por el tema de los cambios de días, a fin de unificarlas al fin de semana y favorecer la no interrupción de las actividades cotidianas. Esto no fue lo que sucedió.

Para el prócer Juan Pablo Duarte y Díez son cada vez más tímidas las actividades conmemorativas, de forma tal, que se puede empezar a tener el temor de que lleguemos a un punto que hasta sean nulas. Fueron pocas las banderas que se lucieron, al menos, en el gran Santo Domingo y esto porque, como reza el dicho, el mayor es «el que pone el ejemplo», y el mismo Estado ha manifestado un preocupante desinterés, principalmente, en el cuidado de los símbolos patrios.

La carretera Duarte no es precisamente un símbolo patrio, pero brilla por su peligrosidad, tiene fama de ser una de las plataformas más frecuente de accidentes, y casi siempre, trágicos; el puente Duarte es un guerrero que parece desafiar el tiempo, mas no de esconder los baches y extrema necesidad de mantenimiento, entre pintura, señalización, muchas veces la iluminación y carencia de esplendor, no olvidemos que es el puente insignia de todo el país. Si vamos a la provincia Duarte, tenemos mejor suerte. Ésta es considerada una de las más desarrolladas en término agroindustrial en todo el país; pero no podemos dejar de reconocer que otras provincias destacan más, y que ésta no está escapa de la necesidad de seguridad ciudadana y servicios que, para ser justos, son carencias de todo el país.

El pánico nos arropa cuando pensamos en la famosa avenida Duarte, esa emblemática arteria de la ciudad capital que pasó de ser foco de comercio, con una diversidad de tiendas, a un vertedero vergonzoso que parece la misión imposible de cuantos alcaldes pasan. Esa avenida, al parecer, es imposible de sanear, de hecho, es uno de los espacios más vergonzoso de la ciudad capital.

Si nos dirigimos a la avenida Las Américas, el busto más conocido, erigido en honor al prócer, no presenta el gran cúmulo de basura, pero allí se ha mantenido discreto, sin mucho aspaviento, sirviendo solo como espacio para los que hacen ejercicios y ya luego caída la tarde, refugio de desamparados y zona de alerta contra delincuentes. También sin brillo, ni luces, ni nada que remueva el orgullo de la dominicanidad. Este busto por lo menos se parece a Duarte y no como la controversial escultura que levantaron en la Plaza de la Bandera y que un par de años atrás fue el irónico escenario de una réplica de la «Torre Eiffer», luego de que así lo permitiera el pintoresco alcalde de Santo Domingo Oeste, Francisco Peña.

Echemos un vistazo al Parque Independencia. apenas con iluminación en la puerta principal. Los alrededores son desafiantes para los peatones que seguro pueden ser atracados por jóvenes que ni saben quién fue Duarte, el cual se encuentra reposando justo ahí mismo, entre fuentes que hace muchos años no botan una gota de agua y banquillos oxidados.

Evidentemente nuestro país obtiene un cero en la prueba de monumentos patrios; y es una pena porque muchos de los monumentos coloniales se mantienen impecables. Es como si la tendencia fuera a resaltar más la parte de nuestra historia en la que nos cambiaron oro por espejo y dejar morir la hermosa historia de donde venimos.

La tapa al pomo, como se dice, la puso el señor presidente, Danilo Medina, cuando textualmente dijo que Duarte es “el paradigma por excelencia para las presentes generaciones”. Tiene parte de la razón. Parte, porque las presentes generaciones no parecen tenerlo mucho como paradigma, y al él referirse, exactamente, a las presentes generaciones, podemos asumir que para las pasadas generaciones, a las que él y gran parte de su gabinete pertenecen, lamentablemente tampoco profesan mucho ese paradigma; por lo menos no es lo que demuestran sus acciones, mientras dicen estar cumpliendo con el ejercicio de sus enlodadas funciones.

Sin pena, ni gloria, se celebró el 206 aniversario del natalicio de nuestro mentor y fue muy penosa la conmemoración; mas bien nos vamos poco a poco encaminando al un escalofriante olvido, lo cual nos condena, no solo a repetir nuestros errores, sino también asumir las peligrosas consecuencias.

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